domingo, 28 de diciembre de 2025

Tenía que irse lejos para no sentirse sola

Antonio Iñesta. Blog Web2.0 y Salud http://fecoainesta.blogspot.com.es/

La conocimos en el paseo por el bosque cuando paseaba con otra conocida. Era delgada, en los cuarenta, castaña, paseaba con su perra Gala que era una labradora negra. Al principio solo saludos y frases cortas, después algún comentario y charlas más largas, al final, como era muy amable y simpática, incluso quedábamos para pasear a primeras horas este verano de tantos calores. La perra era muy ladradora y yo le abroncaba para que se callara, cuando tenía ganas de jugar tenía que perseguirla un poco con el bastón y se daba carreras, cuando estaba cansada se sentaba y se callaba por un rato, la dueña le hacía gracia que hiciera callar a su perra y no me decía nada. Con el tiempo, fuimos sabiendo más de ella, era azafata de Iberia, estaba divorciada y tenía dos hijas adolescentes. Como debía viajar, las hijas pasaban más tiempo con su padre, además debía tener más dinero lo que también influía en que estuvieran más con él, porque seguro que les daba más caprichos. Últimamente, como quería estar más con las hijas, procuraba no tener más de un vuelo semanal, pero como eran vuelos largos a América, le llevaban como mínimo tres días, uno de ida a mediodía, descansar un día en destino y otro de vuelta por la noche con llegada a la mañana siguiente a primera hora. Era muy cariñosa, te abrazaba fuerte cuando te veía, se le notaba que tenía falta de cariño, sus padres habían muerto y sobre todo echaba mucho de menos a su madre. El padre era alcohólico y al final arrastró a la madre también a la bebida y eso acabó con los dos. Todo esto le pesaba como una losa y cuando se quedaba sola en su casa lo notaba muchísimo, su única compañía era la perra. Por eso con nosotros se lo pasaba bien, parecía que participaba de nuestras alegrías y problemas con hijos y nietos, y de nuestros achaques, que son frecuentes como sabéis en la vejez. A veces ella nos traía un regalito de sus viajes, una bolsita de maquillaje de Perú, una crema de Miami, y nosotros le llevábamos quicos para la perra, una cadenita de algún viaje y así nos compensábamos los regalos. Estas navidades, Noche buena y Navidad en que sus hijas lo pasaban con el padre, volaba trabajando a Buenos Aires y el fin de año se iba otra vez a Buenos Aires, pero con sus hijas, porque decía que cuando le invitaba la familia de la madre a estas celebraciones se sentía como extraña, parecía que sobre ella recayera la culpa del padre alcohólico, y prefería irse lejos para no sentirse sola. El viaje de fin de año era de los que daba gratuito la compañía a la tripulación, y como no encontró otra alternativa había tenido que elegir otra vez el mismo destino, Buenos Aires, esta vez con sus hijas. La carga emocional de no estar con hijas ni padres debe pesar mucho. El sentimiento de soledad no está relacionado necesariamente con estar solo, a veces uno también está solo con gente alrededor y sobre todo en fechas tan especiales como las navideñas. La soledad es uno de los males de nuestra época y no solo se da en ancianos. Pásalo bien, aunque sea lejos, pero vuelve con esperanza en el nuevo año.

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