Antonio Iñesta. Blog Web2.0 y Salud http://fecoainesta.blogspot.com.es/
La conocimos en el paseo por el bosque cuando
paseaba con otra conocida. Era delgada, en los cuarenta, castaña, paseaba con
su perra Gala que era una labradora negra. Al principio solo saludos y frases
cortas, después algún comentario y charlas más largas, al final, como era muy
amable y simpática, incluso quedábamos para pasear a primeras horas este verano
de tantos calores. La perra era muy ladradora y yo le abroncaba para que se
callara, cuando tenía ganas de jugar tenía que perseguirla un poco con el bastón
y se daba carreras, cuando estaba cansada se sentaba y se callaba por un rato,
la dueña le hacía gracia que hiciera callar a su perra y no me decía nada. Con
el tiempo, fuimos sabiendo más de ella, era azafata de Iberia, estaba
divorciada y tenía dos hijas adolescentes. Como debía viajar, las hijas pasaban
más tiempo con su padre, además debía tener más dinero lo que también influía
en que estuvieran más con él, porque seguro que les daba más caprichos.
Últimamente, como quería estar más con las hijas, procuraba no tener más de un
vuelo semanal, pero como eran vuelos largos a América, le llevaban como mínimo
tres días, uno de ida a mediodía, descansar un día en destino y otro de vuelta
por la noche con llegada a la mañana siguiente a primera hora. Era muy
cariñosa, te abrazaba fuerte cuando te veía, se le notaba que tenía falta de
cariño, sus padres habían muerto y sobre todo echaba mucho de menos a su madre.
El padre era alcohólico y al final arrastró a la madre también a la bebida y
eso acabó con los dos. Todo esto le pesaba como una losa y cuando se quedaba
sola en su casa lo notaba muchísimo, su única compañía era la perra. Por eso
con nosotros se lo pasaba bien, parecía que participaba de nuestras alegrías y
problemas con hijos y nietos, y de nuestros achaques, que son frecuentes como
sabéis en la vejez. A veces ella nos traía un regalito de sus viajes, una
bolsita de maquillaje de Perú, una crema de Miami, y nosotros le llevábamos
quicos para la perra, una cadenita de algún viaje y así nos compensábamos los
regalos. Estas navidades, Noche buena y Navidad en que sus hijas lo pasaban con
el padre, volaba trabajando a Buenos Aires y el fin de año se iba otra vez a
Buenos Aires, pero con sus hijas, porque decía que cuando le invitaba la
familia de la madre a estas celebraciones se sentía como extraña, parecía que
sobre ella recayera la culpa del padre alcohólico, y prefería irse lejos para
no sentirse sola. El viaje de fin de año era de los que daba gratuito la
compañía a la tripulación, y como no encontró otra alternativa había tenido que
elegir otra vez el mismo destino, Buenos Aires, esta vez con sus hijas. La
carga emocional de no estar con hijas ni padres debe pesar mucho. El
sentimiento de soledad no está relacionado necesariamente con estar solo, a
veces uno también está solo con gente alrededor y sobre todo en fechas tan especiales como las navideñas. La soledad es uno de los males de nuestra época
y no solo se da en ancianos. Pásalo bien, aunque sea lejos, pero vuelve con
esperanza en el nuevo año.
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