Antonio Iñesta. Blog Web2.0 y Salud
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Conforme
pasan los años voy visitando los hospitales no desde un punto de vista
profesional sino como usuario. Me resisto a llamarme paciente aunque hay que
serlo en casi todas las ocasiones. No es como antes, que cuando pasabas por los
pasillos por alguna razon de trabajo, los veias sentados esperando su turno y
decias para tus adentros “pobrecitos” y dependiendo de la especialidad de la consulta
tu compasión era mayor o menor. A veces veias a alguien conocido y no sabias si
saludarle o no, porque hay gente que prefiere mantener reservado su estado de
salud y sin embargo otros no se te ocurra preguntarles por su salud que te
abruman a detalles y te pueden amargar el dia. Los ingleses en eso son muy
suyos y nunca preguntan por tu salud, sino comentan sobre el tiempo. Una vez se
me ocurrio preguntar a una persona mayor como se encontraba y me contestó “mal
de continuo y a veces, raramente, bien”, no supe como seguir la conversación y desde
entonces no suelo preguntar por la salud de nadie, a no ser que sea muy
conocida y sepa que le ha pasado algo gordo hace poco.
Recuerdo
que en una de esas visitas al hospital, en que te meten en un tubo y parece que
te van a transmutar, salí preocupado porque como sabéis no es frecuente que te
den alegrías en esos sitios. En la puerta del hospital, con su fachada
semicircular que forma como un anfiteatro, se escuchaba un bello canto. Era
tarde, finales de mayo, pero la luz todavía no había desaparecido. Me quede
primero asombrado, después estremecido, un tipo con un sombrero, una guitarra y
una buena voz estaba cantando en la puerta del hospital a toda voz y con gran
sentimiento.
Cuando
terminó, la gente que se había congregado, no se porqué pero quizás debido a
una intuición, se quedó en silencio y el hombre desapareció. Escuche a una
enfermera, que estaba también en la puerta, que le cantaba a su pareja que se
estaba muriendo en el hospital y como no le habían dejado cantar dentro lo
había hecho fuera.
Todavía me estremezco al recordarlo, un hombre entrado en años despidiéndose de su amada de la forma que mejor sabia hacerlo. Se me pasaron las preocupaciones y pedí a los dioses que el transito fuera dulce y el duelo de él, aliviado por el recuerdo.
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