Antonio Iñesta. Blog Web2.0 y Salud http://fecoainesta.blogspot.com.es/
Al principio no sabía cómo
llamarles. Caminaban los tres erguidos por los senderos del bosque. Uno, más
alto, se situaba en el centro y parecía que el mundo le miraba desfilando con
levedad como contoneándose, con una gorra con bandera incluida en el frontal.
Él es el que me evocó el nombre “pompón” en recuerdo a Don Pompón que es como
llamaban las vecinas al padre de una de ellas, una persona ya mayor que andaba
por la calle dándose unas ínfulas que no merecía. Sí, creo que es un buen
nombre “El
gran Pompón”. Otro de ellos era calvo, colorado, sonriente, iba siempre sin
gorra. El tercero era más bajo, con barba blanca y con gafas. Saludaban con
agrado, sobre todo el colorado y el barbudo. El que más faltaba al paseo era el
gran Pompón, entonces los restantes trataban de justificar, en el saludo, esa
falta imperdonable. Otras veces era mi mujer la que faltaba y entonces ellos me
inquirían preocupados por la causa, es decir, existía una vigilancia mutua del
cumplimiento de una obligación existencial de la buena forma física. Yo los
veía, figuradamente, a los tres desfilando, el gran Pompón y ayudantes,
revisando el campo de maniobras a buen paso, escuchando los detalles de la
acción y decidiendo con gran pericia sobre el punto más adecuado para atacar al
enemigo.
Un
día aciago, venían los tres tan gallardos y ligeros como siempre cuando una
perra ciega, que iba dando vueltas guiándose por el oído y el olfato alrededor
de una anciana que caminaba cansadamente, se interpuso en el camino del gran
Pompón, que según costumbre iba mirando al tendido, y el tropezón fue
irremediable. Desde luego no se quien salió peor parado si el perro o el gran
Pompón. Era una escena épica, el gran Pompón en el suelo quejándose sin poder
levantarse, con sus dos compañeros tratando de ayudarle y el perro gimiendo al
lado de la anciana dama, de más de ochenta años, muy compungida que no hacía
más que repetir que era la primera vez que le ocurría una cosa semejante, nunca
su perro se había chocado contra nadie. Como testigos mudos de la situación, no
dudamos para nuestros adentros en culpar al gran Pompón del chusco accidente y
tuvimos que refrenar nuestras ganas de reír a mandíbula batiente.
La
situación se fue resolviendo con la evacuación del magullado gran Pompón por
sus ayudantes, y la recuperación de la perra ciega que fue cariñosamente
atendida por su cariacontecida dueña, que por una parte no podía expresar su
indignación por alguien que iba sin mirar y había atropellado a su querida
perra ciega y por otra trataba de parecer preocupada por el trastazo del gran
Pompón. Creo que la anciana dama se juramentó en no volver por ese camino, de hecho,
no la hemos vuelto a ver. Al gran Pompón lo vimos hace unos días con sus ayudantes,
con una venda en la cabeza y cojeando ligeramente. Los compañeros sonrieron
cuando preguntamos por su estado y creo que esa sonrisa sardónica encerraba una
crítica interna a su pomposo amigo que atropellaba a perros ciegos.
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