Éramos amigos del bosque del Pinar y cuando volvíamos del paseo, casi
siempre lo encontrábamos en la entrada empezando el suyo. Últimamente iba con
dos bastones de esos de marcha nórdica que están tan de moda, aunque todo hay
que decirlo, no parecía que lo hiciera igual que otros que habíamos visto por
el bosque haciendo ejercicio. El parecía andar como apoyándose en los bastones
que clavaba con fuerza en el suelo. Siempre iba acompañado por su mujer. Al
principio nos extrañó lo de los bastones, pero pensamos que era un regalo de
santo o cumpleaños muy al uso.
Al cabo de un tiempo, nos paramos a
hablar con él y compañía y le vimos inestable, como los árboles que se mecen
con el viento, pero que temes que se vayan a caer encima de ti. Esto ya me
llevó a preguntarle cómo había dejado su recio bastón de peregrino por su par
de bastones de aluminio. Me miró como diciendo se lo cuento o no se lo cuento,
al final decidió que sí me lo contaba, porque si no lo iba a hacer su mujer, y
me dijo, sabes lo que te digo que he perdido el norte, pero no solo el norte,
también el sur, el este y el oeste. He perdido mi centro de gravedad, no me
estabilizo, mi giroscopio va mal. Había tenido un hematoma subdural
consecuencia de un golpe en la cabeza por una caída hacía un tiempo, que le
había llevado a urgencias y a una intervención con trepanación que le había
sacado un líquido color coca cola y ahora estaba en periodo de recuperación.
El mismo se acordó que su hija le había regalado
esos bastones, que nunca había usado, y pensó que podían servirle para mantener
el equilibrio. En efecto, eran perfectos para ese cometido, lo malo era que
todos le indicaban que los bastones no se llevaban así, que, si en la marcha
nórdica se hacía de esta forma o de la otra, y entonces se veía en la tesitura
de tener que explicarles para qué los querías. No siempre tenía ganas de contar
sus problemas a todo el mundo, de forma que a veces prefería que le dieran
lecciones.
De cualquier forma, decía, es una experiencia
francamente desestabilizadora porque tienes que vigilar constantemente tu
verticalidad, tienes miedo de caerte sobre las personas, pones los palos por
delante y tratas de no balancearte. Te das cuenta de la importancia de las
cosas cuando las pierdes y yo he perdido mi equilibrio y no sé cuándo lo voy a recuperar.
Nos quedamos un poco sorprendidos y sin saber
que decirle. Al final optamos por la esperanza, hay que pasear y dejar pasar el
tiempo, seguro que por Navidad el equilibrio volvería. Seguimos nuestro paseo
pensando lo peligroso que es perder el centro de gravedad y en tono jocoso le
echamos la culpa a la coca cola y a los villancicos de los centros comerciales
que te machacan desde mes y medio antes de la Navidad.
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