Antonio Iñesta. Blog Web2.0 y Salud
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Tengo un almendro, en mi pequeño jardín detrás de la casa, que siempre florece a finales de enero, antes de que broten sus hojas. Después, dependiendo del año, sus flores se hielan o no y por tanto no siempre dan almendras porque aguanta muy mal las heladas. Podría decir que da frutos un año sí y otro no, pero eso sí todos los años nos regala su floración con olor cálido y dulzón. Los pocos abejorros y abejas que quedan en el entorno, se dan un festín y los pétalos poco a poco van cayendo y cubriendo el suelo de una alfombra blanca. Se ven más abejorros que abejas porque parece que tienen mayor capacidad de volar en días con temperaturas bajas. La polinización del almendro es agotadora para las abejas porque les obliga a interrumpir su descanso invernal. Mi almendro es muy particular porque procede de una rama de un almendro del campo de Palma de Mallorca, lo planté y prendió. Lo malo es que es un almendro escalonado, no le puse una guía al crecer y se inclinó como una escalera con un descansillo y tieso después. Le puse un tablón para sostener el descansillo y así ha quedado el pobre. Sus ramas de la parte superior siempre las podo y se extiende como una sombrilla tupida blanca ligeramente rosada. Según una de las leyendas, una princesa murió de pena esperando a su amado, y una diosa la convirtió en un almendro. Cuando el soldado volvió de la guerra, descubrió que nadie le esperaba salvo un bellísimo almendro florecido cuya corteza no pudo evitar acariciar. Cuando estoy enfermo, por la ventana de la terraza veo sus flores y renazco en mi esperanza de mejores tiempos. Almendro, almendro, siempre floreces a finales de enero y aunque no siempre das frutos, siempre llenas mi vista de belleza, calidez y alegría. Una y otra vez me enseñas el ciclo de la vida.
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