Antonio Iñesta. Blog Web2.0 y Salud http://fecoainesta.blogspot.com.es/
Estaba esperando que saliera
mi número en la pantalla de la sala de espera del hospital. Tenía pocas ganas
de hablar, después de todo el médico tenía que decirme, tras más de dos años de
tratamiento inicial del
cáncer, el resultado de la cistoscopia y análisis de orina y eso siempre
acojona. Se sentó a mi lado sonriente esperando una respuesta mía similar, pero
yo no estaba para bromas y además le confundí con un vecino que me fastidiaba
de vez en cuando aparcando en mi lado de acera junto a mi casa en vez de
hacerlo, el muy jodido, en el lado de su hija a la que iba a visitar. Le
contesté fríamente y mi mujer que se olió la tostada, es decir que no lo había
reconocido, me dijo por lo bajini de quien se trataba, “es un compañero tuyo de
tratamiento”. Claro, tenía razón, es el que casi siempre me precedía en la cita
para las instilaciones vesicales con BCG, un auténtico calvario, repetido y
repetido hasta la saciedad, para tratar el cáncer vesical que nos tenía sumidos
en la miseria.
Bueno, le saludé más
agradable, aunque sin muchas ganas de hablar, él si tenía ganas y se enrolló
con mi mujer. No presté mucha atención y cuando me tocó el turno, yo a lo mío y
le dije un adiós de circunstancia. La revisión fue favorable y a los seis meses,
nuevamente nos lo encontramos en la consulta. Esta vez, yo estaba más amigable
porque ya sabía el resultado favorable de la cistoscopia y le saludé más
amable, de cualquier forma, como estaba sentado al lado de mi mujer, fue ella
la que mantuvo la conversación. Yo, entre que estoy un poco sordo y que no me
interesaba eso de hablar por hablar, me mantuve un poco al margen. Nuevamente
cuando me llamaron nos saludamos amablemente y hasta la próxima.
Ya una vez de camino a casa, mi mujer empezó a
hablar de José, que así se llamaba. Siempre habíamos comentado, cuando íbamos
al tratamiento, que iba solo, ninguna vez lo vimos acompañado, y eso nos llamó
la atención. Era un tipo delgado, no alto, pelo cano, agradable de trato, con gracia
y simpatía natural, por el acento debía ser andaluz y yo diría que sevillano.
Pero su carga era muy pesada porque su mujer estaba en silla de ruedas, tenía
Alzheimer según los médicos, aunque él, escéptico con todo lo que le decían los
médicos, decía que era un poco de demencia senil. Ahora estaba muy preocupado
porque su hija se había casado con un palestino y vivía con sus hijos en la
Cisjordania ocupada, con constantes ataques del ejército israelí y de los
colonos y estaba pidiéndole que se viniera a España con su familia, que ellos
les acogerían en su casa. Los procesos administrativos para salir eran
complicados y como estaba en contacto telefónico constante, no sabía si podrían
salir de aquel infierno y venir a casa por Navidad. Después de pensar lo seco e
injusto que había sido con él, solo podía rogar por él y su familia, pidiendo
un poco de piedad para su triste perspectiva.
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