Antonio Iñesta. Blog Web2.0 y Salud
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Habíamos ido a pasar dos días a Salamanca. Uno de
los días, visitando la ciudad pasábamos por delante de la fachada principal de
la catedral, había varios grupos de personas con sus guías correspondientes
explicando los relieves de la fachada. De uno de los grupos, se separó un tipo que
me llamó la atención, se diferenciaba claramente del grupo de extranjeros del
que se separaba. Llevaba un chándal con rayas amarillas y caminaba deprisa
hacia la Rúa Mayor sin dejar de mirar hacia atrás. Desapareció rápido y no
pensé más en él hasta más tarde. Nosotros íbamos hacia la plaza mayor al punto
de salida de una visita guiada, en uno de sus múltiples arcadas donde está la
oficina de turismo. Seguimos las explicaciones de nuestra guía con atención y
fuimos conociendo o ampliando nuestros conocimientos sobre el Palacio de
Monterrey del siglo XVI del que solo se terminó una de las cuatro alas
proyectadas, el caserón donde vivió los últimos años de su vida y murió Unamuno,
la Universidad con su fachada plateresca y sus aulas más renombradas -el aula de Miguel
de Unamuno, donde podemos escuchar al propio Unamuno dictando una lección a
través de la audioguía; o la emblemática aula de Fray Luis de León donde la tradición pone en sus labios la
frase “decíamos ayer” al retornar a su cátedra después del encarcelamiento por el Santo Oficio-, la Catedral
nueva gótica, renacentista y barroca con el Cristo de las Batallas románico que acompañaba al Cid, y la Catedral vieja
románica con su magnífico Retablo de la historia de la salvación que es una composición de cinco alturas,
en cuyo centro podemos ver una Virgen románica. Comimos bien en uno de los
restaurantes de la Rúa Mayor y cuando ya volvíamos hacia nuestro hotel pasando
nuevamente por la portada de la catedral, volví a ver al tipo de la mañana que
se separaba de un grupo de turistas al que se les estaba explicando la portada.
Esta vez, dejé a mi mujer sentada en la plaza de Anaya y le seguí de lejos.
Volvió a tener el mismo comportamiento de la mañana y ya lejos del grupo se
acercó a una papelera, dejó algo y se alejó muy rápido. Intrigado por el
comportamiento me acerqué a la papelera, miré dentro y entre los papeles y
botellas de plástico había una cartera. Me imaginé que iba vacía de dinero y no
quise husmear sobre su contenido, así que estuve buscando un policía. Cuando le
encontré le conté más o menos lo que había pasado y cuando describí al tipo,
dijo “hombre sí, ese es el piorno*”, es un carterista muy conocido por aquí que
se dedica a robar carteras a los turistas mientras escuchan las explicaciones
de sus guías. Lo cogemos, lo encerramos y no llega a estar un día en la cárcel.
Estamos cansados de cogerlo y que lo suelten a continuación, ya no sabemos qué
hacer con él. Bueno, muchas gracias por la cartera y la información, la haremos
llegar a su dueño. Mi mujer ya estaba un poco enfadada por la espera, pero le
explique todo y parece que se fue calmando mientras caminábamos hacia el hotel
a través del puente romano que salva el río Tormes. La luz del sol decae y el color de
Salamanca cambia por la tonalidad dorada de la piedra de sus edificios. Al
carterista no sé por qué le llamaban “el piorno”, quizás porque era como una
escoba que “barría” el dinero de los turistas o porque llevaba siempre un chándal
con rayas amarillas, quien sabe.
*Piorno, arbusto de ramas cortas, rígidas y gruesas, hojas caducas, flores olorosas de color amarillo vivo y fruto en legumbre; puede alcanzar hasta 1 m de altura. Con piorno se fabrica una escoba humilde, rústica, pero resistente y eficaz.