Después de esta serie de comunicaciones
sobre Innmunoterapia del cáncer, bien está dedicarle esta comunicación a un
minirelato:
Para mí era el “Jefe” desde
el primer momento que le vi cuando paseaba por el Pinar. Daba lo mismo que
fuera verano o invierno, lo veíamos paseando solo, con un bastón pequeño sin
mango con la parte superior forrada, creo que era con esparadrapo o similar.
Era fuerte, estatura baja, cabeza casi rapada, edad pasados los ochenta, voz
recia, moreno y paseaba sin prestar mucha atención a los demás, como si fuera
abstraído. Saludaba si tú lo hacías, pero no es que fuese dado a la charla. Yo
siempre le saludaba de forma un poco familiar “¿Cómo vamos, Jefe?”, “¿Hace
mucho calor, verdad Jefe?”, “¿Muy pronto terminamos hoy el paseo, no Jefe?” Sus
respuestas no eran muy largas, ni daba mucha información, parecía que me decía
“y a ti que te importa”. Pensaba que podía haber sido un suboficial del ejercito
o similar, por su robustez, por la voz, por lo escueto de sus respuestas.
Últimamente en primavera le vimos
descansando debajo de un gran pino, apoyado en uno de los muchos paneles
explicativos que tiene el Pinar “¿Qué Jefe, ya cansado?”, “No creas, ya llevo
dos horas paseando y me he parado a descansar un poco”.
No le vimos en unos días y eso me dio
pie, la siguiente vez que le vimos, para preguntarle si le había pasado algo.
No sé bien porqué, pero esa vez se paró a hablar a la sombra de una carrasca y
le saqué de forma progresiva información sobre él (me intrigaba). Había estado en el hospital porque había tenido ya
un infarto y debía hacerse una revisión, le había llevado su hijo con quien
vivía. Su mujer había muerto por el síndrome del aceite tóxico, él se libró
porque no comía en casa y por la noche no comía fritos por sus problemas de
corazón. Con la indemnización que les dieron se compraron una casa que
compartía con su hijo y familia.
Ahora podía entender porque se pasaba la
mayor parte de la mañana paseando, su poco interés por los demás, esa forma
abstraída de pasear sin importarle nada, quizás incluso creo que la vida
tampoco le importaba mucho. Además, en contra de todo lo que había supuesto,
había sido chapista de coches. No me podía creer mi falta de intuición.
Seguimos viéndole de vez en cuando, pero desde agosto no lo habíamos vuelto a
ver.
Hace poco le pregunté al guarda del
Pinar si conocía al “Jefe”, después de darle una descripción del mismo. Por
supuesto le conocía desde hacía muchos años. Se llama Marcos y tenía un perro
pitbull que siempre llevaba suelto, a pesar de que el guarda le había advertido
varias veces que debía llevarlo atado por la queja de varias personas por su
agresividad. No hacía caso, hasta que el mismo tuvo que matarlo porque se había
vuelto peligroso. Yo ya le conocí sin el perro. El guarda no creía que le
hubiera pasado nada, hablaba de él en presente.
También se lo comenté al pastor que
lleva un rebaño de unas 100 cabezas entre ovejas y cabras por el Pinar, y que
conoce a casi todo el mundo que pasea por el mismo y me comentó que a veces le
veía, pero “ojo que sepáis que es muy comunista”. No sé qué le trajo ese
comentario a la mente, pero bueno ¿Usted es de derechas o de izquierdas?, le
pregunté, “Yo soy pobre”, me respondió.
La verdad es que echaba de menos al
“Jefe” y me alegraría verlo otra vez, es como si uno se aferrara a referentes
más viejos que le quitan a uno de la primera línea de extinción.
Lo hemos visto de nuevo, habíamos salido
un poco más tarde de lo habitual y allí apareció en un recodo del camino.
Estaba más relleno, su cara muy morena con un gorro con visera y un bastón que
no le había visto antes, adornado y una empuñadura en forma de vado, que sin
duda se había hecho él. “Cuanto tiempo sin verlo, Jefe”, “¿Cómo se encuentra?”,
“Bien, paseando”. “Bueno pues que todo vaya bien y por si no nos vemos antes,
que pase una buena Navidad con la familia”.
Fue una sorpresa y me alegré mucho de
verle tan campante, de alguna forma todavía yo estaba virtualmente en segunda
línea de desaparición.
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